lunes, 23 de marzo de 2015

George Orwell. Rebelión en la granja. Destinolibro. 1993

La asertividad y la libertad de expresión son hermanas, ambas nos enseñan que somos capaces de pensar cualquier cosa y que es nuestro derecho hacer realidad  aquello que nos plazca. 

Desafortunadamente no siempre me es posible hacer valer mi derecho de expresarme. Hace casi 5 años firmé un contrato que claramente estipula que yo puedo pensar libremente siempre y cuando no me salga de márgenes estipulados por la persona moral que me contrató. 

Convivo diariamente con dos o tres cerdos que son perfectamente retratados por Orwell. Tal es la semejanza que hasta me da risa, supongo que a esto se debe el éxito de la obra.
Fabiola Rodríguez Loredo


Libertad -decía Orwell en frase memorable- significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír.

La pregunta representa un desafío a la opinión ortodoxa reinante y, en consecuencia, el principio de libertad de expresión entra en crisis.

Idéntico principio contienen las palabras de Voltaire: Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo.

Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un progreso, porque el verdadero enemigo está en la creación de una mentalidad gramofónica repetitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento.

El hombre es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y su velocidad ni siquiera le permite atrapar conejos. Sin embargo, es dueño y señor de todos los animales. Los hace trabajar, les da el mínimo necesario para mantenerlos y lo demás se lo guarda para él.

-Las alas de un pájaro -explicó-, son órganos de propulsión y no de manipulación. Por lo tanto deben considerarse como patas.

Antaño hubo muchas veces escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les parecía mucho peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos mismos.

Nuevamente fueron reducidas todas las raciones, exceptuando las de los cerdos y las de los perros. Una igualdad demasiado rígida en las raciones -explicó Squealer-, sería contraria a los principios del Animalismo.

Ellos sabían que la vida era dura y áspera, que muchas veces tenían haré y frío, y generalmente estaban trabajando cuando no dormían. Pero, sin duda alguna, peor había sido en los viejos tiempos.

Resultaba satisfactorio el recuerdo de que, después de todo, ellos eran realmente sus propios amos y que todo el trabajo que efectuaban era en beneficio común.

A veces, en la ladera que lleva hacia la cima de la cantera, cuando esforzaba sus músculos tensos por el peso de alguna pueda enorme, parecía que nada lo mantenía en pie excepto su voluntad de continuar.

Únicamente el viejo Benjamín manifestaba recordar cada detalle de su larga vida y saber que las cosas nunca fueron, ni podrían ser, mucho mejor o mucho peor; el hambre, la opresión y el desengaño eran, así dijo el, la ley inalterable de la vida.

Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. 

Dice voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario