martes, 23 de agosto de 2016

Cien años de soledad. Gabriel García Márquez. Alfaguara 2007.

FRASES:

Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.

Si no temes a Dios, témele a los metales.

El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad.

Después de muchos años de muerte, era tan intensa la añoranza de los vivos, tan apremiante la necesidad de compañía, tan aterradora la proximidad de la otra muerte que existía dentro de la muerte que Prudencio Aguilar había terminado por querer al peor de sus enemigos.

Arcadio la había visto muchas veces, atendiendo en la tiendecita de víveres de sus padres y nunca se había fijado en ella, porque tenían la rara virtud de no existir por completo sino en el momento oportuno.

No sintió miedo, ni nostalgia, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte artificiosa no le permitiría conocer el final de tantas cosas que dejaba sin terminar.

Y la normalidad era precisamente lo más espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada. Solo, abandonado por los presagios, huyendo del frío que había de acompañarlo hasta la muerte, busco un último refugio en Macondo, al calor de sus recuerdos más antiguos.

Nunca fue mejor guerrero que entonces. La certidumbre de que por fin peleaba por su propia liberación, y no por ideales abstractos, por consignas que los políticos podían voltear al derecho y al revés según las circunstancias, le infundió un entusiasmo enardecido.

El fracaso de la muerte le devolvió en pocas horas el prestigio perdido.

Fíjate que simple es, le dijo a Amaranta. "Dice que se está muriendo por mi, como si yo fuera un cólico miserere". Cuando en efecto lo encontraron muerto junto a su ventana, Remedios, la bella, confirmó su impresión inicial. 

Insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.

"Los hombres piden más de lo que tú crees". Le decía enigmáticamente. "Hay mucho que cocinar, mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees". En el fondo se engañaban así misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica, porque estaba convencida de que una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de toda comprensión.

Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede.

La única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho.

Locamente enamorados al cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron hacer tan felices como que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros.

No se le había ocurrido pensar hasta entonces que la literatura fuera el mejor juguete que se había inventado para burlarse de la gente.

Terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cargaran en Horacio, y que en cualquier lugar que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.

Fue dispuesto a desahogarse con palabras, a que alguien le safara los nudos que le oprimían el pecho, pero solo consiguió soltarse en un llanto fluido y cálido y reparador, en el regazo de Pilar Ternera. Ella lo dejó terminar, rascándole la cabeza con la yema de los dedos, Y sin que él le hubiera revelado que estaba llorando de amor, ella reconoció de inmediato el llanto más antiguo de la historia del hombre.

Y entonces aprendieron que las obsesiones dominantes prevalecen contra la muerte, y volvieron a ser felices con la certidumbre de que ellos seguirían amándose con sus naturalezas de aparecidos, mucho después de que otras especies de animales futuros les arrebataran a los insectos el paraíso de miseria que los insectos estaban acabando de arrebatarles a los hombres.

El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.

Si llamamos realidad a la suma de todas las apariencias, toda literatura es real porque está incluida en esa suma. No es menos real que nuestros sueños y nuestros principios. Toda literatura es fantástica porque está hecha de símbolos y de sueños. (Borges, 1977: 2).

- Lo que me preocupa -agregó- es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos. Y no hay un ideal en la vida que merezca tanta abyección. 


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